Cartas a Ofelia/ Crónicas literarias
Cubamatinal / París, 3 de noviembre de 2018.
La excepcional pluma de Ginés Sánchez nos ofrece tres novelas en una, tres historias de sendas mujeres que se mezclan, utilizando un excelente nivel de escritura. Sin lugar a dudas, se puede afirmar que el autor es uno de los mejores escritores españoles actuales. Una magnífica novela.
Tres mujeres arrebatadoras, tres historias brutales, entre Amores perros y Thelma y Louise. La obra cumbre de uno de los narradores con más talento de la nueva narrativa española.
Julia, Tiff y Miranda viven en la misma ciudad, aunque no han tenido nunca la oportunidad de conocerse. Julia es catedrática en la universidad y tiende a fantasear con los muchachos jóvenes. Tiff es camarera y una romántica incurable. Miranda trabaja en los clubes más selectos y no puede evitar que se le vayan apareciendo fantasmas del pasado. Las tres tienen en común una melancolía oculta que las emponzoña. ¿Dónde está esa felicidad en la que aparentamos vivir?, parecen preguntarse. No se conocen, pero sus vidas convergen irremediablemente, a través de diferentes hombres como Amadeo Fuster, un colega de Julia; de Christian, un antiguo amigo de Tiff; del Lentes y del Curita, clientes habituales de Miranda. Cuando sus vidas estallen, las tres deberán unir fuerzas para escapar. Huirán a lo largo de Europa portando un objeto del que lo desconocen todo, en busca de un atisbo de esperanza.
“Donde Julia se despide de Hugo y después planta
un nuevo Jacinto.
—Va a llover —le dijo Julia al inalámbrico que sostenía contra la oreja—. Va a llover y va a ser por mucho tiempo. Porque está en el cielo. Porque andan los árboles con miedo.
El otro, el gran Felipe Gedeón, el famoso autor, murmuró algo a través del satélite. Algo soñador. Habían tenido la primera parte de la conversación dentro. Ella sentada sobre la alfombra de lana, la espalda apoyada en el sofá y bajo las alargadas sombras de la Sputnik. Ahora paseaba por la terraza. Del limonero de una esquina al mandarino de la otra. Entre el mandarino y las tomateras estaba el hueco en cuestión. Allí la fachada de la Ópera. Allí el inmenso cartel con las seis mujeres cosiendo en torno a la mesa y la
figura que las espiaba desde la ventana.
—¿No has pensado en exigir —le decía ella al gran Felipe Gedeón, el famoso autor— que tu nombre aparezca en letras más grandes? Porque, querido, es como si fueras un invitado en tu propia fiesta. Él se reía y su risa era dulce, como lo eran sus ojos casi árabes. Ella le habló de la pareja de cuervos que vivían en los eucaliptos de la plaza. De cómo habían llegado y habían espantado a los petirrojos y se habían afianzado en torno a los desperdicios de las terrazas. De cómo ahora el macho y ella se vigilaban desde la distancia. Luego el gran Felipe Gedeón tuvo que colgar y ella se quedó allí aún un momento. Mirando.
—Ceba, limpia —le dijo al cuervo macho encaramado sobre una rama—. Y nunca, querido, la dejes.
Sonó un trueno a lo lejos y el siseo en las palmas de los agaves le anunció que llovía. Se cerró la rebeca. Volvió a mirar la hora pero no eran más que las seis y diez.
El despacho era amplio y cálido. Paredes atestadas de estanterías atestadas de libros. Libros también en los rincones. Publicaciones. Revistas. Componiendo montones pero sin un papel sobresaliendo. Lo mismo en la mesa. Y los títulos, los diplomas, las medallas. Bajó la persiana un poco más pero dejó entreabierta la puerta de la terraza para que le entrara el aroma de la plaza al mojarse. Un minuto entero estuvo ante el ordenador, los dedos tamborileando sobre la mesa. Al levantar la vista se vio reflejada en la ventana de la puerta. Aquella mujer.
¿Cuántos años tienes?, le dijo, ¿quince?
Lo dejó. Cerró el ordenador. Apagó la luz. Se llevó la taza con los restos de té a lo largo del pasillo. De regreso hacia el baño fue quitándose la ropa. Allí los tonos de antracita. El espejo. Y Julia.
Alta, delgada, la piel muy blanca, eso le dijo el espejo. Una mujerde ojos atentos, de mejillas con tendencia a enrojecerse. Como si siempre hiciera frío. Una mujer cuidada. Entrenada. Y ese pelo con ese estilo tan a lo paje y tan teñido de rubio.
Pero nunca, querida, tuviste mucho pecho. Ni tampoco fuiste de caderas anchas. Pero que tienes las piernas fuertes, ¿lo ves? Y los brazos. Tal vez los huesos de las clavículas un poco demasiado marcados. Pero el vientre plano. Y duro.
Se palpó un pecho e hizo un mohín. Para nada lo que había sido. Para nada pero bien. A la vista. Pero piensa que si las cosas hubieran sido de otra manera podrías ser ya, incluso, abuela. Abuela, querida. Se dio la vuelta para mirarse desde otros ángulos. Se apretó los muslos y los encontró sólidos. Lo mismo el trasero. Se sonrió. En su boca se formó una palabra. La palabra. Julia Castellanos, remedó con voz de burla, La Lagarto. Eso eres. Así te llaman. Eso pareces. Eso es lo que siempre pareciste. Pero que tampoco, querida, es que seas fea. Tienes, digamos, poca gracia, eso sí. Pero fea, tampoco.Un poco demasiado masculina en la forma de la nariz, o de la boca. O los ojos demasiado grandes. Un poco. Pero nada más.
Sacudió la cabeza y se puso el gorro de ducha y un rato largo estuvo bajo el agua caliente y con los ojos cerrados. Fue salir de la ducha y que volviera a encontrarse con aquella otra mujer rubia con la que solía hablar mientras las dos se daban crema. Cosas buenas, le decía a la otra, ventajas. Como la cabeza. Que dura mucho más que lo otro. Como tu casa. Tu vida. Tus casi treinta años de lucha. Se lo decía pero la otra mujer la miraba con desconfianza. A través del hilo musical brotaba un jazz suave. En la habitación desplegó el vestidor y dudó. Porque había comprado dos conjuntos. Solo que ahora no se veía con ninguno. Pues haremos, entonces, como si nada tuviera importancia. Se miró en el espejo. Se perfumó. Se ciñó el albornoz y miró el reloj y decidió que le daba
tiempo a regar las buganvillas y los potos. Cuando terminó guardó la escalera y abrió la puerta del balcón.
El regalo lo había comprado la tarde antes. Una bolsa de buen cuero. Perfecta para los viajes y de esas que se fabricaban para durar una vida entera. Fue al armario y la sacó y la puso encima de la mesa. De la cocina trajo unos jazmines y los puso en el jarrón azul.
—Llegas tarde, querido.
En la mesita del salón ordenó meticulosamente las revistas. Después se sentó. En el borde mismo del sillón tapizado en ante. Ráfagas de viento hacían ondularlas cortinas. Sonrió de una forma deliciosa en el mismo momento en que sonaba el timbre de abajo.
—No sé si lo sabes —le había dicho ella un día—, pero en el visor de la cámara no eres más que nariz. Una nariz que ocupa todo y destruye cualquier posibilidad de perspectiva.
Ella lo había dicho aquella vez y él la había mirado con delicadeza.Herencia, le había dicho. De su padre. Su abuelo. Él era aquella nariz y también era una boca grande y sensual. Y nudos. Muchos nudos. En los codos, en las rodillas, en los tobillos. Nudos enraizados en las manos. Pero más, querida. Músculos, sin duda. Un cuerpo joven. Pura fuerza. Y guapo no. O tal vez. Tal vez la cara demasiado cruzada con algo latino para su gusto. Conteniendo algo demasiado basto y que ninguna crema podía jamás contener. O lo mismo era que la nariz de boxeador lo confundía todo. Pero es que a ti, querida, decía ella cuando comentaba con su reflejo aquellas cosas, nunca te gustaron muy guapos. O solo determinada clase, muy concreta, de guapos.”
“Una profesora universitaria, una prostituta y una joven fotógrafa desvelan sus secretos y sus respectivos mundos en las páginas de ‘Mujeres en la oscuridad’, de Ginés Sánchez.” El País
«Sánchez es una de las voces más originales e interesantes de la reciente novela española.» Santos Sanz Villanueva, El Cultural
«Sánchez es un narrador inclasificable. En cada nueva novela, desde la deslumbrante fantasía de Lobisón (2012), la intrigante historia amorosa de Los gatos pardos (2013) o la asfixiante soledad urbana de Entre los vivos (2015), desarrolla un estilo diferente, aunque siempre bajo la recreación de inquietantes ambientes, atormentados personajes, sorprendentes tramas y originales desenlaces. » Jesús Ferrer, La Razón
Ginés Sánchez (Murcia, 1967). Abogado durante diez años, ha sido columnista en el diario La Verdad. Con su debut literario, Lobisón, fue elegido Nuevo Talento FNAC, y con su segunda novela Los gatos pardos, mereció el IX Premio Tusquets Editores de Novela. En ella el jurado destacó «el vigor narrativo de tres historias contundentes que se entrecruzan en una misma noche de verano, contadas con vértigo creciente». Comparado con Cormac McCarthy, Tarantino o Juan Rulfo, Ginés Sánchez es uno de los narradores imprescindibles de la literatura contemporánea.
Mujeres en la oscuridad. Ginés Sánchez. Colección Andanzas 928. Diseño de la colección: Guillemot-Navares. Reservados todos los derechos de esta edición para Tusquets Editores. Ilustración de cubierta: Boianna / Arcangel Images. Esta obra ha merecido la IV Beca del Fondo Antonio López Lamadrid de apoyo a la Creación Literaria 2018. © Ginés Sánchez, 2018. Rústica con solapas. 14,8 x 22,5 cm – 592 páginas – 21,00 euros – ISBN: 978-84-9066-565-7
Félix José Hernández.