Cartas a Ofelia / Crónicas literarias
Cubamatinal / París, 27 de enero de 2019.
Joaquín Berges nos ofrece una excelente novela, en la que interactúan ficción e historia, narrada con la maestría literaria de un escritor ya en grado pleno de madurez. Sin lugar a dudas, es una novela impresionante sobre el drama de millones de seres humanos durante la Primera Guerra Mundial, lo que se refleja en sus páginas estupendas.
Una emotiva historia entre padres e hijos que une el presente con las trincheras de la guerra.
“Miércoles, 10 de noviembre de 1915.
Querido padre:
Desde que salimos de Inglaterra no hemos hecho más que viajar en tren y en barco, además de marchar en fila durante horas bajo una fuerte lluvia que nos ha traído recuerdos del hogar. Nos dicen que estamos en C., aunque todavía no hemos visto ninguna población. Aquí solo hay una llanura interminable, un desierto de cultivos y campos en barbecho. Y nubes que los sobrevuelan dejando el rastro de su sombra sobre ellos, como si quisieran labrarlos desde el cielo.
Lo importante es que ya estamos en Francia y se rumorea que pronto entraremos en acción. Esto es lo único que nos motiva. Estamos hartos de los entrenamientos, los ejercicios físicos y las charlas de nuestros superiores. Queremos enfrentarnos al enemigo y acabar con él.
Por suerte, apenas disponemos de tiempo libre. No serviría de nada porque no hay mucho que hacer por aquí salvo tumbarse a ver las nubes, jugar a las cartas o leer. No podemos cantar el repertorio de canciones que aprendimos en Old Trafford, así que hemos sustituido la música por los versos que escriben los poetas.
Se ha organizado un curioso sistema de difusión literaria entre los regimientos. Cuando el poema de un soldado gusta a un oficial, se copia varias veces y se distribuye por toda la compañía. A veces se transmite por cable para que llegue al mayor número posible de unidades, y creo que van a organizar un concurso de poesía entre regimientos, lo cual no deja de ser curioso considerando la razón que nos ha traído hasta aquí.
Me acaba de llegar uno hermoso y tétrico a la vez. Lo he leído en voz alta junto a Alfred.
Cuando haya muerto,
y forme parte del suelo de Francia,
todo esto recordaréis de mí:
fui un gran pecador, un gran amante,
y la vida me llenó de desconcierto.
¡Ah, el amor! ¡Habría muerto por amor!
El amor puede hacer mucho, tanto bien como mal.
Hace pensar en madres y en niños chicos,
y en tantas otras cosas.
¡Oh, hombres aún no nacidos, me marcho sin
terminar mi labor!
Ahí tenéis el conflicto: el mundo os odiará:
¡Sed valientes!
Vuestro hijo que os quiere,
Albert »
“A veces, las decisiones se toman sin el concurso de la voluntad o el estado de ánimo, solo con el cuerpo, con una parte determinada del esqueleto que depende de cada individuo y cada circunstancia. En el caso de Jota fueron sus articulaciones ,más concretamente sus rodillas. Llevaba casi una hora en la cafetería, sentado junto a la cristalera, observando con la vista desenfocada los camiones que se detenían en el área de descanso, pendiente solo de las luces que llegaban y se apagaban. Se encendían y desaparecían. Y necesitaba levantarse.
Había tres camioneros en la barra, dos hombres que parecían de origen nacional y una mujer con el pelo rapado, las cejas rubias y los ojos claros. La había visto bajar de un camión azul marino con el morro plateado que le había recordado a un animal marino, un enorme cachalote con ruedas. Había pedido un pincho de tortilla y una cerveza sin alcohol, señal de que iba a volver a la carretera.
La idea del viaje se le había ocurrido una mañana al despertar, en esos segundos de incertidumbre en que la realidad parece posible, quizá porque todavía forma parte del sueño. Llevaba tiempo leyendo sobre la batalla del Somme, concentrado en fechas, lugares, nombres y detalles. No descartaba la posibilidad de visitar algún día la zona, aunque tampoco se atrevía a planteárselo seriamente.
No se habría levantado de la silla si no hubiera comenzado a sentir un hormigueo en las rodillas, primero en la derecha, luego en las dos. No quería que los camioneros lo tomaran por quien no era. Él tenía un buen coche y recursos suficientes para pagarse el viaje, lo que no tenía eran ganas de conducir. Prefería ser conducido en actitud relajada y contemplativa, sin tener que pensar en el itinerario o el tráfico. No quería hacerlo en un medio de transporte público, sino en un camión como los que él mismo había contratado durante años. Por eso se había sentado junto a la cristalera de la cafetería a observar los camiones.
Cogió el cuaderno de tapas verdes que había dejado sobre la mesa y se dirigió a la barra para pagar el café.
—Mi nombre es Jota —dijo.
—Geike —respondió la camionera de los ojos claros.
Seguramente pensó que Jota no era un nombre.
—¿De dónde eres?
—Bélgica.
—¿Adónde te diriges?
—Perpiñán.
Jota no recuerda cómo la convenció para que lo llevara hasta allí. Lo hizo con un discurso incoherente, casi delirante. Luego ya se las arreglaría él para continuar hacia el noroeste de Francia, cerca de la frontera con Bélgica, que era adonde se dirigía. A Geike no se le ha olvidado. Dedujo que Jota era un hombre en apuros, un neurótico inquieto, quién sabe si un demente, aunque también recuerda que olía a perfume caro e iba bien vestido.
Solo le hizo una pregunta:
—¿Eres metido en un problema?
Jota sonrió con una condescendencia de derrota, como si se diera pena a sí mismo. Ese gesto fue suficiente para que Geike lo admitiera en la cabina de su camión. Antes le informó de sus planes. Tenía que cargar en un almacén de Lleida al día siguiente a primera hora de la mañana. Luego descargaría esa mercancía en el Mercado Saint Charles de Perpiñán.
—No tengo prisa —respondió Jota.
No la había elegido por ser mujer. Ni por ser extranjera. Lo había hecho porque le gustó la franqueza de su mirada y el modo en que bebía su cerveza sin alcohol directamente del botellín. Tampoco quería compartir el viaje con una demente.
—¿Qué mercancía has traído?
—Kiwis.
—¿Qué mercancía te llevas?
—No sé. Creo que melocotones y nectarinos.
—¿Siempre fruta?
—Mi camión tiene frío.
Lo dijo como si el vehículo pudiera tener sensaciones.
Jota se alegró de no ir en un cachalote con la panza llena de carne, pescado o productos lácteos.
—Hablas muy bien el castellano —dijo.
Geike hizo un movimiento de duda con la cabeza. Hablaba varios idiomas pero ninguno muy bien. Solo el suyo.
—¿Eres escritor? —preguntó ella, señalando el cuaderno que Jota llevaba en la mano.
Él negó sin intención de responder. No estaba admitiendo que no era escritor. Simplemente no pensaba decirle a qué se dedicaba. Al menos no todavía.
—¿Periodista?
Jota continuó negando, aunque esta vez lo hizo sonriendo para no contrariar a su anfitriona.
—¿No dirás a mí que haces turismo? —insistió Geike.
—Voy en busca de alguien.
—¿Una mujer?
—Un hombre.
—¿Alguien de la tuya familia?
Geike se puso en pie. Era hora de marchar. Por un momento,Jota temió que fuera a dejarlo allí, en la barra del bar.
—En realidad es alguien a quien no conozco —confesó.
—Entonces, ¿para qué quieres ver a él?
—No quiero verlo.
Geike lo miró de reojo. Jota le mostró las palmas de las manos. Fue un gesto de disculpa. «No me dejes aquí. Todo tiene una explicación.»
—Voy en busca de su tumba —le dijo”
Jota observa los camiones que entran y salen del mercado de frutas y verduras donde ha trabajado hasta su jubilación cuando, de pronto, sin comunicárselo a nadie, sube a uno de ellos en dirección a la frontera francesa. Va en busca de la tumba de Albert Ingham, un soldado británico que, con su amigo Alfred, combatió en la batalla del Somme, en 1916. Ambos vivieron juntos los horrores de la guerra y así es como fueron enterrados, el uno al lado del otro en un pequeño cementerio del norte de Francia; en la tumba de Albert Ingham figuran unas enigmáticas palabras que su padre ordenó inscribir al enterarse de las circunstancias en que había muerto su hijo. Jota viaja hasta allí guiado por el eco de esas palabras. En el trayecto, va leyendo las cartas que Albert envió a su progenitor, un testimonio desgarrador sobre la desolación de las trincheras salpicado de versos que escribieron los poetas de la guerra.
Arrastrado por esa historia de hace cien años, Jota revive la relación que mantuvo con su propio padre y el desmoronamiento familiar que causó la extraña enfermedad de su madre.
“Si con La línea invisible del horizonte o Una sola palabra, Joaquín Berges (Zaragoza, 1965) abandonaba la comedia de sus anteriores novelas y se ponía serio, con Los desertores (Tusquets) el escritor emprende un viaje que va de la ficción a la realidad. O viceversa. Un salto, eso sí, a medias. «Hay una parte real, que está en el pasado, en 1916. Y una parte ficticia que está en el presente», explica el propio Berges.” El Cultural
“Los desertores mezcla la trama actual con poemas reales de soldados caídos en la batalla –“que prueban que la belleza es posible en medio del horror”–; cartas de uno de los soldados a su padre y partes a modo de ensayo para explicar aquella barbarie. “Tuve mucho miedo porque soy filólogo y no historiador. Me documenté como procede, obsesivamente, para evitar cualquier error”, cuenta aliviado, expresivo, fascinado con la grandeza del relato histórico.” El País
«Los desertores«, de Joaquín Berges, cuenta la historia de dos fugitivos: el de la guerra y el de la paz, el de la batalla que pasó a la Historia y el que lleva una historia personal por resolver.” Todo Literatura
Los desertores. Joaquín Berges. Reservados todos los derechos de esta edición para Tusquets Editores, S.A. Colección Andanzas 993. Diseño de la colección: Guillemot-Navares. Novela literaria. Ilustración de la cubierta : Soldados en las trincheras de la Primera Guerra Mundial. © Museo Nazionale della Scienza e della Tecnica Leonardo Dan Vinci (Milán). Rústica con solapas – 14,8 x 22,5 cm – 384 páginas – 19,00 euros – ISBN: 978-84-9066-613-5
Joaquín Berges (Zaragoza, 1965) es licenciado en filología hispánica por la universidad de su ciudad. Se dio a conocer con El club de los estrellados (Premio a la Mejor Ópera Prima en el Festival du Premier Roman de Chambéry y Nuevo Talento FNAC), a la que siguieron Vive como puedas, Un estado del malestar, La línea invisible del horizonte, Nadie es perfecto y Una sola palabra. En 2015 recibió el Premio Artes & Letras del Heraldo de Aragón.
Félix José Hernández.
Un comentario en «Los desertores, de Joaquín Berges»