Cartas a Ofelia / Crónicas de Cruceros

Cubamatinal / París, 5 de abril de 2019.
Querida Ofelia:
A las 7 a.m. del domingo 10 de marzo de 2019, con marejadilla, cielo un poco nuvoloso y a +23° c, entraremos en la bahía de Antsiranana entre Cap Minè, visible a babor, y la isla de Nosy Volano, visible a estribor. La llegada al muelle se produjo a las 8 a.m.
Antsiranana (conocida hasta 1975 como Diego Suárez y algunas veces llamada “La Perla del Norte”), es la ciudad más grande del norte de Madagascar y la capital de la provincia homónima, es el tercer puerto más importante del país. En efecto, el nombre Antsiranana significa puerto. Se encuentra en el extremo norte de la isla, en una bahía natural (la segunda más grande del mundo) llamada Bahía de Antsiranana.
El explorador portugués Diego Suárez llegó a la Bahía de Antsiranana en 1543. Después de muchos años llegó el portugués Hernán Suárez y continuó llamando a la isla de la misma manera que cuando se descubrió.
Antes de bajar al muelle nos dieron una hoja de papel con las siguientes recomendaciones:
“A fin de permitir una visita completamente satisfactoria, se pide a nuestros huéspedes de considerar que Madagascar es un país extraordinario y no desarrollado completamente pero es rico en naturaleza y tradiciones, donde el standard de los transportes o de vida cotidiana no son aquellos a los que estamos acostumbrados. Por ello recomendamos una atención especial al agua potable. En los hermosos lugares que visite, nunca use agua del grifo, y mucho menos lo que se podría ofrecer en las aldeas, solo agua mineral embotellada y sin hielo. También les invitamos a prestar especial atención a las reglas de higiene esenciales, lavarse las manos antes de las comidas y evitar comer verduras crudas y carne cruda.
Se aconseja, de manera particular a los huéspedes que deseen hacer una visita por las zonas forestales y reservas naturales, ponerse zapatos cerrados y cómodos y utilizar un repelente de insectos.”
Dejamos el puerto en un minibús local incómodo, vetusto, sin aire acondicionado. En Madagascar los medios de transporte utilizados son de pequeño tamaño y en general sucios.
Hicimos una primera parada en un punto panorámico desde el cual pudimos contemplar la hermosa bahía. Con sus 156 km de línea costera, es la segunda más grande del mundo. Al centro de ella se destaca el islote de Nosy Lonjo, conocido como Pan de Azúcar, que emerge del espejo de aguas azules y donde pueden avistarse delfines y tortugas marinas.
Nos dirigimos por una carretera repleta de huecos y un calor sofocante que hacía que el sudor corriera por mi espalda hasta la Montaña de los Franceses, para fotografiar los majestuosos baobabs, típicos de Madagascar, que crecen allí. Numerosos niños nos pedían que les sacáramos fotos con sus monitos y camaleones a cambio de unas monedas. Muchachas con sus bebés en brazos nos pedían limosnas o vendernos caracoles.
Regresamos al casco antiguo y llegamos a la Rue Colbert, donde los antiguos edificios coloniales se alternan con construcciones más modernas, dando vida a un ambiente cálido y alegre, pero donde abundan los limosneros, fundamentalmente mujeres y niños.
La visita al animado mercado central nos puso en contacto con la vida cotidiana de la población local, había muchas frutas, vegetales y carnes (estas últimas cubiertas de moscas), mientras que una parada en los talleres de artesanos nos ofreció una oportunidad de conocer cómo trabajan las maderas, tejidos, caracoles, pinturas, etc.
Nuestro recorrido incluyó asimismo un agradable descanso con un tentempié en la bella playa de Ramena , para reponer fuerzas a base de zumos y fruta fresca. Pero no osamos tomar ni comer nada.
Entré a una farmacia que consistía en un largo mostrador de madera con estantes de maderas sin puertas (como en las bodegas del Camajuaní de mi infancia), para comprar una caja de Lysopaine (pastillas para la garganta). El farmacéutico buscó en un gran cuaderno el precio y me cobró 14 euros (casi cuatro veces el precio de que se paga en una farmacia en París).
Le pregunté al guía que me había acompañada que cómo era posible ese precio en un país donde los habitantes ganan un promedio de 15 euros al mes. Me respondió que solo los ricos iban a las farmacias, que los pobres se curaban con yerbas.
Durante la excursión, al recorrer el hermoso Jardín Botánico, pudimos conversar con una pareja de alsacianos muy cultos, agradables y educados: Françoise y Henry-Paul.
Concluimos nuestra excursión con una última parada en la Place de la Musique, donde asistimos a un espectáculo folclórico antes de regresar al puerto.
Zarpamos a las 6 p.m. hacia el sur, con destino a Tamatave.
Nuestra cena en el Ristorante Club Victoria fue con platos típicos de Campania.
He oído sonar las panderetas y he visto a la gente bailando en corro, he oído bullicio y risas, he visto hablar y gesticular como en una música de expresiones, una danza de manos. Si se piensa en Campania, una tierra llena de contradicciones, se piensa en la alegría, el movimiento y el color. Los campanos se distinguen por su capacidad de hacerte sentir como en casa y saber acogerte con la sencillez de la calidez humana.
Cenamos:
-Mozzarella de búfala fresca con tomates madurados al sol.
-Lubina entera al horno rellena de almejas, mejillones y gambas guisadas servido con patatas en rodajas.
-Milhojas de fruta fresca con crema de yogurt.
– Vino Taurasi Feudi di San Gregorio.
Fue La Noche Blanca, por tal motivo se pidió a todos los turistas que llevaran alguna prenda de vestir de ese color.
El Teatro Festival ofreció “The Voici of The Sea”, en el que se eligió la mejor voz del barco.
Nosotros asistimos a la fiesta “La Notte Bianca” alrededor de la piscina, con la Warning Band y el Latin Dance Group.
En la próxima carta te contaré sobre nuestro último día en Madagascar antes de continuar hacia la isla francesa de La Reunión.
Un gran abrazo desde La Ciudad Luz,
Félix José Hernández.